jueves, 10 de junio de 2010


En ese momento recordé a Antonio, a lo cálido que estaba siempre cuando le tocaba las manos y lo fría que estaba yo. Recordé la primera vez que cruzamos nuestras miradas en mi propia casa. Y también recordé nuestra primera cita en la pista de patinaje, en la que pude caerme millones de veces pero que no lo hice gracias a sus manos que agarraban las mías con dulzura y cuidado. Me fue inevitable derramar alguna que otra lágrima pero no de tristeza, sino de felicidad. De todos modos no podía perder mi tiempo de sueño en lloriquear por Antonio, sabía cuidarse perfectamente sólo, y aunque no lo viera al cabo del día sí que lo vería por las mañanas, y eso es lo que me facilitaría las cosas para seguir queriéndole más y más.

Me desperté a la misma hora de siempre, a las siete de la mañana, para vestirme y salir pitando, como de costumbre. Pero esta vez fui más rápida de lo normal. Hice mi cama como meramente pude en cuanto que me desperté, cogí mis pantalones, mi camiseta, mi sudadera, me puse mis botas altas y planas y marché derechita al baño antes de que entrase alguien antes que yo. Me arreglé el pelo, me lavé la cara y me dirigí hacia la cocina para desayunar, ir a lavarme los dientes y salir pitando hacia el instituto. Desayuné poco, un vaso de leche caliente y unas galletas. Fue raro no encontrarme con mi hermano en la cocina, normalmente suele despertarse antes que yo, aunque no sé para que si él puede ir en coche y yo tengo que irme en autobús, porque el señor se empeña en no querer llevarme con él. Al que si pude ver marcharse fue a mi padre, pero no me dio tiempo a despedirme de él porque ya había cerrado la puerta y yo estaba bajando las escaleras. Volví a subir, me lavé los dientes, me arreglé un poco el pelo de nuevo y me fui a mi dormitorio para coger la mochila e irme, pero antes de salir cogí la bufanda que estaba colgada en el perchero de la entrada de casa. Salí corriendo hacía la parada del bus, porque alguna vez que otra se me ha ido pero he tenido la opción de llamar a Antonio o la suerte de encontrármelo, pero ahora no iba a tener esa suerte. Llegué casi sin respiración y tuve que darme una buena carrera porque estaba allí. Había una cola pero como no sabía de cuantas personas era seguí corriendo. Cuando llegué me tuve que agarrar a algo porque me dio un mareo que casi me caigo al suelo. Subí como pude al autobús para sacar mi billete y si había sitio sentarme, sin embargo ya vi que había muchas personas sentadas y que seguramente no iba a tener la suerte de encontrarme con algún hueco libre. Me agarré a un barrote de los tantos que tenía el autobús.

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